viernes, 24 de julio de 2009

Rufus Magníficus


Aunque la cara os resulte familiar, os juro por el rey Arturo que este perro no se llama Dady sino Rufus.



La mayoría de vosotros ya conocéis la historia: Dady volvió al albergue y una semana después ya estaba otra vez de acogida. Se fue con una pareja muy maja - yo les conocí en el mercadillo de PROA y aunque sólo tenían ojos para el arrugao me hicieron cuatro cucamoñas - a ver qué tal evolucionaba de su alergia ambiental y se recuperaba de su estancia en el campo. La cosa salió bien y tras muchas visitas al veterinario y una operación de estética en la que sólo le operaron los ojos y no le metieron botox - o ahora sería más un mastín que un sharpei -, le dieron el alta y firmaron los papeles de adopción. Ese día coincidimos con ellos porque me llevaron al albergue a conocer a mi nueva compañera de piso, a quien os presentaré más adelante. Y la verdad es que tenía muy buen aspecto el Rufus éste, nada que ver con el despeluchado Dady que yo recordaba excepto por la efusividad del saludo a mis padres.

Dice mi madre que cambiar de nombre a los perros adoptados está bien porque da la sensación de que comienzan una nueva vida desde cero. Yo estoy convencido de que con Rufus Dady va a ser así.

Me alegro por tí, colega.
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